) 105) LES VÍCTIMES DE LA CRISI (IV): "¿El fin de la política?"

En pleno franquismo, en 1965, cuando los tecnócratas cercanos al Opus Dei entraron con armas y bagajes en las áreas de poder, Francisco Fernández de la Mora escribió un libro titulado “El crepúsculo de las ideologías. En 1992, pocos años después de caer la URSS, Francis Fukuyama publica un bet seller, “El fin de la historia”. Su tesis, aunque con distintos matices, es que la madurez de la humanidad ya no exige, antes al contrario, referencias ideológicas representadas por los distintos partidos políticos que no hacen otra cosa que liar la marrana. El futuro es gestionar adecuadamente las técnicas aplicadas a la economía, a la convivencia..... El problema, tal como ahora se ha puesto de manifiesto con toda su virulencia, es que detrás de los que defienden a ultranza la muerte de las ideologías y de la política late una Ideología y una Política.
Con la muerte del comunismo y la dificultad de repensar la socialdemocracia en un contexto globalizado, tomó carta de ciudadanía como pensamiento dominante y “cuasi” único la faz más dura del liberalismo, el neoliberalismo dominado por los neo.com, para los que el mercado era el único referente. Los Estados, la política, no eran más que estorbos para que los individuos emprendieran su camino hacia el éxito. El Estado debía “adelgazarse” hasta el máximo, la política no era más que un mal inevitable para mantener la democracia formal, y los políticos una panda de mediocres susceptibles de soborno. La economía y los servicios (¡antes públicos!) en manos privadas era la única garantía de crecimiento continúo, como única garantía (¿) de redistribución entre los ciudadanos.
Tal ideología ha impregnado también la cultura y los valores de la ciudadanía, especialmente en los países desarrollados. La meritocracia (¡el que vale,vale; y los otros a la cuneta!), la pura y dura competencia (¡el compañero de trabajo o pupitre es un posible adversario!), la inmediatez(¡ lo urgente es hoy, mañana...!), el acceso fuera de control al consumo (¡el valor máximo del consumismo!)... toman carta de ciudadanía. Los ídolos son aquellos que han obtenido éxitos tangibles y visibles. Más aún, comienza a aparecer en el escenario el valor de la “apolítica”. Es frecuente ver como los ciudadanos se declaran orgullosamente apolíticos.
Pero la burbuja comienza a tambalearse: la crisis financiera mundial. En la práctica un “crack” económico y social, que nos coge fuera de juego. La economía productiva de la que todos vivimos frena sus máquinas, la disminución y destrucción de empleo es una realidad, los bancos comienzan a poner “peros” a nuestras hipotecas y préstamos después de años de “ancha es Castilla”, la cesta de la compra sube en espiral.... El resultado es un desconcierto individual y colectivo, una desconfianza en tirios y troyanos, una falta de luz a corto, medio y largo plazo.
Los lideres mundiales acaban de reunirse en Washington para intentar poner orden y concierto en el ámbito financiero, recuperando mecanismos sociales y políticos de control. Bienvenidas sean tales medidas, si llegan a aplicarse. Pero, seguirá la asignatura pendiente de la economía real, del empleo estable y de calidad, del acceso en igualdad real de oportunidades a bienes tales como la educación, de la participación real y eficaz de los ciudadanos en las decisiones que nos afectan... y un largo etcétera.
En definitiva, ha regresado (¡o debería regresar!) el momento de la Política (¡en mayúsculas!). En nuestra Constitución se habla de “Economía Social de Mercado”. El mercado debe tener su propia dinámica y autonomía, pero siempre subordinado a los intereses generales (¡entiéndase los ciudadanos y ciudadanas!). La única garantía son las instituciones políticas, elegidas democráticamente entre las distintas opciones ideológicas representadas por los partidos políticos. No es verdad que todos los políticos sean iguales, ni que todos los partidos políticos en sus principios y modo de actuar sean un mero calco. En definitiva las personas, los individuos, debemos recuperar y ejercer nuestros derechos y deberes como ciudadanos. No limitarnos a ser simples súbditos. Lo expuesto puede parecer utopía. Pero, sin cierta utopía no hay futuro.

Economia

Tarabini, Antoni | Diario de Mallorca - 5-XII-2008