) 425) La crisis del estado de bienestar

El Estado de Bienestar europeo, que es el resultado de una larga decantación histórica, forma parte del acervo político y cultural de nuestras sociedades y está sostenido por un consenso ideológico muy amplio. La profunda recesión económica, sin embargo, está cerniéndose amenazadora sobre nuestros sistemas de protección social y ya varios países –España, Italia, Portugal, Grecia, Francia, etc.– se han visto obligados a realizar recortes que deterioran conquistas sociales que todos considerábamos sustancialmente irreversibles. La situación, muy traumática y decepcionante para las sociedades europeas afectadas, requiere un análisis detenido, previo a la toma de decisiones que por fuerza tienen que extenderse al ámbito de la Unión Europea: los hechos nos están demostrando que la pertenencia a Europa –una opción voluntaria– representa una importante cesión de soberanía, que sin duda ofrece más ventajas que inconvenientes pero que hay que gestionar para que no sea tan sólo una amarga imposición. En realidad, lo que se desprende de la crisis es que la existencia del euro, con todo lo que ello comporta, requiere para ser viable un gobierno económico europeo, que habrá que constituir con la debida formalidad y que será el actor internacional en el sistema de los grandes equilibrios globales. Y esta evidencia conduce a dos conclusiones:

En primer lugar, si se avanza en la construcción de la Unión Económica, del gobierno económico europeo, potenciando el papel de la comisión o por otras vías (de momento, la comisión ya exige la supervisión previa de los presupuestos nacionales), será necesario decidir la orientación ideológica de dicho gobierno, una tarea que, por lógica, habría de corresponder al Parlamento Europeo, residencia teórica de la soberanía conjunta y hoy una institución inane y marginal. El PE debería, en fin, alentar y preservar los valores de la UE, el Estado de Bienestar que materializa nuestra idea de civilización, las grandes claves que sostienen en Europa la idea magnánima de ciudadanía.
En segundo lugar, los estados de la eurozona deberán acostumbrarse a ejercer una soberanía limitada, que deja estrechos márgenes a los gobiernos nacionales. Y ello obligará a reajustar la estructura económica para redimensionar el sector público; sanearlo para que pueda seguir prestando los grandes servicios públicos y manteniendo los sistemas de previsión social; incrementar la productividad del país para estimular el crecimiento… Todo ello en el marco general del pacto de estabilidad y crecimiento, e integrado en el contexto europeo.
Así, la Europa surgida de la recesión debería ser una garantía de estabilidad política y de calidad del Estado social, y no –como ahora parece– una amenaza porque impone unilateralmente criterios que no tienen contraste democrático claro. Hay que transmitir a la ciudadanía, en fin, que la Unión Europea, una estructura sólida de potente contenido político, es una armadura contra las crisis y una garantía de la pervivencia del Estado de Bienestar, y no la causa de nuestro infortunio. Pero para ello, los líderes europeos tienen que atreverse a fortalecer los órganos centrales de la UE, a dotarlos políticamente y a explicar a sus ciudadanos que si la eurozona no avanza hacia una verdadera federación, la débil integración actual es más un obstáculo que una oportunidad.

Economia

Papell, Antonio | Diario de Mallorca - 21-V-2010