638) Bolonia avanza a trompicones

El proceso de armonización de las universidades europeas se enfrenta a los recortes presupuestarios y la desconfianza de profesores y alumnos.

La implantación del Plan Bolonia ya está aquí, pero el camino no está siendo precisamente de rosas. Bolonia provoca sólidas adhesiones e igualmente sólidos rechazos. La idea de la armonización de la universidad en toda Europa, con una atención más personalizada a los alumnos, más conocimientos prácticos y ligados a la realidad económica, con una mentalidad más dinámica y favorable a la movilidad geográfica, no ha conseguido hasta el momento, primer año de la implantación del Espacio Europeo de Educación Superior, superar el desconocimiento por parte de la población en general. El cambio ha suscitado el rechazo, tan sonoro, por momentos, como confuso en sus planteamientos, en otros, por parte de una significativa representación del colectivo de estudiantes. Los profesores tampoco son ajenos a las críticas al proceso. Crecen las exigencias, bajan los salarios y los recursos merman año tras año.
Sobre el papel, la idea de un espacio universitario común europeo suena bien, pero la falta de recursos económicos, una flexibilidad en la implantación de grados, posgrados y másteres, en ocasiones excesivamente especializados y orientados al mercado laboral, entre otros aspectos, están convirtiendo el sueño de lograr nuevas generaciones de europeos con una formación homogénea en un proceso difícil, confuso y, a veces, caótico.
Pese a todos los inconvenientes, el plan es imparable y avanza, con dificultades como cualquier cambio profundo que se precie, pero avanza. La alternativa es el aislamiento en el más amplio sentido de la palabra. Quienes se han implicado desde el principio creen que, con independencia de la situación económica actual, es fundamental lograr que la formación académica superior sea "entendible" en todo el continente o, lo que es lo mismo, que los conocimientos, las habilidades y capacidades sean igualmente útiles, tanto desde el punto de vista intelectual como práctico, aquí y en la otra punta de Europa, y que la mentalidad "común" permita a los europeos seguir defendiendo su modelo social.
Pasados ya 12 años desde que se firmó la Declaración de Bolonia en 1999, a la que se sumaron 47 países, las críticas sobre la conveniencia o no de esta profunda transformación del mundo universitario apuntan ahora al ritmo, a los recursos para llevarla a cabo o a las distorsiones que unos y otros perciben en el desarrollo del proceso.
Para Alma Capa, de la asociación estudiantil Alternativa Universitaria de la Universidad de Valladolid, "el Plan Bolonia, tal y como se está implantando, anula la capacidad de los alumnos de decidir su propio ritmo de estudios, está excesivamente orientado al mercado laboral y pierde de vista una concepción más amplia de lo que son los estudios en una universidad". El nivel de esfuerzo, en trabajos y presencia en clase, es excesivo, explica, y "además, no es, como nos cuentan, compatible con los sistemas universitarios del resto de Europa".
Una apreciación con la que coinciden algunos profesores, que consideran que se le está otorgando un gran protagonismo a la demanda actual del mercado laboral en detrimento de una perspectiva más a largo plazo de qué es lo que se necesita. El colectivo de los docentes apunta que han aumentado las exigencias en cuanto a burocracia, pero no los recursos para poder atender a los alumnos de forma más individualizada. "¿Cómo vas a hacer una evaluación continua o algún tipo de seguimiento con 200 alumnos en clase?", se preguntan.
Y estamos viendo estos días cómo los recortes presupuestarios ya han puesto en pie de guerra a los profesores de enseñanza secundaria de la Comunidad de Madrid. En algunas universidades, los recortes, en unos presupuestos históricamente escasos, son evidentes. Habrá que adaptarse a lo que hay, dicen los rectores de universidades como la de Salamanca, pero todos son conscientes de que si se siguen reduciendo los presupuestos de la universidad, la calidad de la enseñanza menguará sin remedio, empujando a los estudiantes españoles exactamente en la dirección contraria a la que se persigue. En España se destina a la universidad el 0,9% del PIB, y el número de grados supera los 2.300 y el número de másteres, los 2.400. Ahí se centra otra de las críticas a Bolonia: una excesiva especialización que en cierto modo ignora, cuando no desprecia abiertamente, la larga tradición cultural y humanística europea, señalan los más críticos.
Sin embargo, Bolonia tiene también logros que presentar. Según Federico Gutiérrez Solana, presidente de la Conferencia de Rectores de Universidades Españolas (CRUE), el objetivo de implantar toda la oferta docente en el Espacio Europeo de Enseñanza Superior en 2010 se ha cumplido y lo importante, añade, es que ya están en marcha las ventajas que ello conlleva. "Se han establecido parámetros de calidad homogéneos, se favorece la movilidad de los estudiantes y de los profesionales, se están rompiendo las barreras actuales de la sociedad del conocimiento y también se amplía la empleabilidad de las personas en un espacio común y mucho más extenso", argumenta.
Gutiérrez Solana destaca el "enorme esfuerzo" que han realizado las universidades y los docentes en los últimos años para mejorar su capacitación y cambiar las estructuras existentes, y ello pese a que "en el último tramo no ha habido la inversión adecuada para la adaptación, por lo que se ha hecho con menor intensidad y profundidad".
Para el director general de Política Universitaria del Ministerio de Educación, Juan José Moreno Navarro, entre los logros apreciables del Plan Bolonia destaca "el diseño de unos estudios que integran más competencias transversales, que apoyan la enseñanza más práctica y la empleabilidad y con un nivel de flexibilidad que permite configurar unos itinerarios de formación más personales, en los que el riesgo de equivocaciones propias o cambios en el contexto social y particular son más fáciles de corregir o reorientar". A su juicio, Bolonia "va a hacer más por la Unión Europea que el euro", una apreciación que comparten algunos docentes al señalar el claro éxito de las becas Erasmus, que desde hace años permiten a los estudiantes europeos moverse por toda Europa, conocer personalmente otras formas de pensar y de hacer y, finalmente, ampliar sus horizontes personales y profesionales. Y frente a las críticas a la falta de recursos, Moreno Navarro alega que "el Gobierno ha invertido más de 100 millones de euros desde 2008 en la implantación del Espacio Europeo de Enseñanza Superior". Desanquilosarse o morir, esa es la cuestión.

Educació

Estévez, Rosa | Cinco Días - 30-IX-2011