777) La desafección política de la ciudadanía

La relación de la ciudadanía con sus gobiernos es muy compleja y difícil de establecer con cierta precisión. Cuando creemos que un gobierno está electoralmente perdido, los ciudadanos le devuelven su confianza. Cuando creemos en la fidelidad de cierto tipo de voto, los ciudadanos pueden también desmentirlo en cualquier momento. Las encuestas son un reflejo, generalmente bueno, de la situación al día o días de su realización, pero su capacidad de adivinar el futuro es menor: no fueron hechas para eso. La opinión pública se rige por un principio de realimentación que la mantiene, a su manera, informada de los cambios en el mundo externo e induce cambios en esa opinión. En el campo de la opinión política ese es un fenómeno aún más fuerte.

No siempre los ciudadanos aman a sus déspotas -lo estamos viendo en los países del sur, árabes o no- o, eventualmente, a sus líderes democráticos del Gobierno o de la oposición. Lo estamos viendo en las valoraciones que se dan en las encuestas a los líderes (la crisis es un factor explicativo de esto, en parte: poco más de tres puntos sobre diez tienen Zapatero y Rajoy) tanto en España como en otros lugares. También lo vemos en el incremento de indecisos, no votantes y otras variedades de la no-política en las mismas encuestas (aumentaron más de 12 puntos de porcentaje en las encuestas desde abril de 2008 hasta octubre de 2010, aunque en enero ese porcentaje se redujo de nuevo). Y lo vemos en los barómetros del CIS, de acceso público, en la llamada pregunta de agenda (en su versión agenda pública, pues hay otra en versión agenda personal o privada), cuyo gráfico acompaña este artículo, en el que pueden ver acontecimientos significativos coincidiendo con los picos de evolución de la desafección política.

Quizá sobran comentarios al respecto en cada uno de esos picos estadísticos: son estaciones del vía crucis mediático-político al que estuvo y está eventualmente sometida la ciudadanía en España, un vía crucis en absoluto santo y cuyo principal protagonista, en mi criterio, es el Partido Popular y sus posiciones excesivas sobre muchos temas, tanto se trate del 11-M y su pintoresca teoría de la conspiración inducida desde sus medios afines (a la que no ha sido ajeno Rajoy), como de los contactos peculiares con ETA (Mayor Oreja) o tantas otras cosas. Son cuestiones que ponen en ebullición a sus votantes y que despiertan a los votantes adversos (aunque con la crisis esto es más dudoso), lo que resulta en general un pésimo negocio para el PP, que es el encargado de hecho de alertar al electorado de los demás partidos, en particular al del Gobierno, que a veces corre a ayudar al PSOE cuando en circunstancias más normales o con un nivel menor de griterío se quedaría en casa (2000).

La baja participación electoral en las elecciones de 2000 (68,7% fue el porcentaje de voto emitido sobre el censo) no va precedida de algún nivel significativo de desafección política medido, como aquí lo hago, por el tema "Clase política, partidos políticos" (críticas genéricas, no concretas, a esos dos entes). El dato de un año antes (en marzo de 1999 fue un 6,3%) es bajo, y no contamos con otro, pero nadie recuerda una especial desafección ni se puede detectar a través de otros indicadores. Es decir: una baja desafección no conduce necesariamente a una alta abstención, y en este el de las elecciones de 2000 es exactamente lo contrario: baja desafección, baja participación. Antes, las elecciones de 1996 van precedidas de altos porcentajes de desafección (15,8% es la media de febrero de 1995 a febrero de 1996) y, sin embargo, la participación en voto emitido sobre censo es alta: 77,38%. Es decir: alta desafección, alta participación.

Si sólo tuviésemos en cuenta esos datos, podríamos concluir que la alta desafección favorece la participación, pero en 2004 y en 2008 se da una participación normal, suficiente, y la desafección no es muy alta en ese momento. Resumiendo: no hay datos decisivos (tampoco con estadísticas complejas) que puedan vincular fehacientemente la desafección política así medida por la conducta verbal explícita del ciudadano (es una medida sencilla, del tipo más deseable para estas cosas) con la participación o no participación electoral.

Política

Bouza, Fermín | Público - 5-X-2012