821) La reforma constitucional como medio

La reforma de la Constitución se ha hecho necesaria, no como un fin en sí, sino como un medio para lograr ciertos objetivos. La Constitución es un instrumento básico para regular la vida política y para avanzar hacia la buena sociedad, el buen gobierno y la buena política. Y a este respecto la de 1978, tras años de éxito, ha empezado a generar disfunciones que es preciso superar. La reforma constitucional ha de ser a la vez instrumento y objetivo del cambio de la necesaria recomposición de nuestra democracia, venida a menos por muy diversas razones que exceden a este espacio pero que abordamos en un libro de próxima publicación, Recomponer la democracia (RBA), escrito en colaboración con Agenda Pública.

Es un medio para reconfigurar con un sistema operativo actualizado un sistema político que se ha ralentizado, que se está gripando. En 2006 el Consejo de Estado, bajo la presidencia de Francisco Rubio Llorente, emitió un dictamen sobre los cuatro temas de reforma de la Constitución que le había planteado el Gobierno de Rodríguez Zapatero: la Corona (la sucesión); la reforma del Senado; la inclusión de la denominación de las Comunidades Autónomas; y el engarce con la nueva realidad europea. Habría que ir mucho más lejos de lo que se planteaba entonces en esta reforma, aunque los temas principales son la Corona, el sistema parlamentario, el autonómico y el Senado, el electoral, la revisión de la moción de censura constructiva, y la nueva realidad europea que ha cambiado mucho en los últimos tres años y que corre el riesgo de vaciar en parte la democracia española sin reemplazarla por una europea. El propio Rubio Llorente, en un reciente artículo, añade entre otros temas la eliminación de la provincia como circunscripción electoral en las generales para permitir un sistema como el alemán, por ejemplo.

Es un medio para encauzar la cuestión catalana. Y todos sabemos que al final será conveniente desdramatizar el concepto de nación, para aplicarlo también a Cataluña (y otras Comunidades), en vez del término “nacionalidad”. En todo caso, la cuestión catalana no se plantea de igual modo con una reforma constitucional profunda, hecha o planteada, que desde el inmovilismo más absoluto.

La reforma es un medio para atraer a nuevas generaciones a un nuevo pacto constitucional. La actual Constitución no la votaron los que hoy tienen más de 53 años. Es verdad que en una época de constituciones longevas en Europa, muchas cartas magnas no han sido aprobadas por los actuales cuerpos electorales. No digamos la de Estados Unidos (de 1787, cuya última enmienda data de 1992). Pero nuestra historia ha sido diferente. Y la Constitución fue fruto de unas circunstancias históricas que hoy hay que dar por superadas con una reforma libre ya de toda atadura de aquella época. El proceso de reforma constitucional puede tener esa condición terapéutica en la que entren nuevas consideraciones que a la generación de la Transición o a la posterior no les parecían necesarias o adecuadas. Una constitución debe tener vocación de integrar generaciones, y la reforma, sometida a referéndum en el conjunto de España, permitiría conectarla con ese sector de la población que no vivió la Transición ni mucho menos la dictadura.

Es también un medio para demostrar que la clase política va en serio con esta transformación del sistema y no se queda en lo superficial o insuficiente, como la tímida agenda de regeneración democrática que ha presentado el Gobierno, aunque de momento se ha centrado en medidas contra la corrupción política. Es verdad que una reforma de envergadura es difícil sin la voluntad del Partido Popular, actualmente mayoritario, sin el PSOE –que sí la quiere-, o sin los partidos nacionalistas como CiU y PNV, y otros que también tienen que conformar esa capacidad no ya de consenso sino de compromiso.

La operación requiere parar, mandar y templar. Para lo que se necesita un liderazgo y una altura de miras que hasta ahora no han aparecido, pero que son imprescindibles en un momento en que la sociedad española aparece profundamente dividida. Debería plantearse antes de las próximas elecciones generales para llevarla a cabo en la siguiente legislatura, que puede necesitar de coaliciones de gobierno, una cultura que falta, con la excepción de algunos gobiernos regionales, en España. Una cultura del valor del compromiso.

Política

Ortega, Andrés | El País - 5-XII-2013